Las estimaciones que se hacen acerca del valor que aportan los diferentes elementos que constituyen lo que llamamos cultura al Producto Interior Bruto, sitúan dicha aportación entre el cuatro y el seis por ciento. No es una cifra despreciable, ni mucho menos. En esa horquilla porcentual no se incluye un concepto tan importante como es la aportación del turismo cultural que en el caso de Córdoba, por ejemplo, es el elemento de mayor atractivo que ofrece la ciudad a sus visitantes. A Córdoba ni vienen a bañarse ni a tomar el sol. No es que tratemos de medir la importancia de la cultura por su valor económico, pero señalamos el dato para quienes, defensores de un materialismo a ultranza, sólo dan importancia a lo que genera rentabilidad económica.

Desde una perspectiva estrictamente cultural podríamos argumentar que nuestro idioma –instrumento fundamental en la cultura-lo hablan casi quinientos millones de personas y lo convierten por su extensión geográfica en el segundo más importante del mundo. El atractivo de nuestro pasado histórico es uno de nuestros más valiosos activos. La monumentalidad de nuestro patrimonio artístico es incuestionable. La existencia de museos señeros en el panorama internacional no hay que demostrarla. La importancia de nuestros clásicos en el campo de la literatura -terreno que supone dos terceras partes de los premios Nobel obtenidos por nuestro país- goza del reconocimiento internacional. La cotización en los mercados internacionales de arte de nuestros pintores es de las más elevadas. Podríamos continuar con un largo etc. pero sería prolijo hacer una enumeración exhaustiva. En definitiva, nuestra cultura  es una realidad llena de posibilidades y con perspectivas de futuro algo más que notables.

Pese a todo ello en los gobiernos del Partido Popular y más concretamente en los de Mariano Rajoy consideran que la cultura no alcanza, en sus planes de gobierno, el relieve necesario para tener un ministerio que se dedique en exclusiva a canalizar todo ese potencial. Es posible que influya en tal decisión el hecho de que el actual presidente del gobierno tiene como lectura principal un diario deportivo -algunos afirman, no sabría decir si lo hacen maliciosamente, que además de su lectura principal es su lectura exclusiva-, sin contar la que haya de efectuar como gobernante, pero por su carácter eminentemente administrativo se trata de una lectura poco literaria.

En el nuevo gobierno la Cultura -en el caso que nos ocupa habría que ponerla con minúsculas- no va más allá de ser un apéndice en un ministerio donde la Educación tiene la primacía. Todo queda reducido a una secretaría general y poco más. El ministro Méndez de Vigo, además ha de ejercer como portavoz del gobierno, bastante tendrá con lidiar el morlaco de la Lomce que le dejó puesto en suerte su antecesor Wert. Necesitará de mucha energía, tiempo y dedicación para tratar de enderezar lo que hoy aparece ya como una ley muerta -las reválidas ya han sido laminadas- y buscar un consenso en materia tan importante. Los partidos saben de la importancia que para una nación tiene el terreno educativo, lo que les ha llevado a convertirla en un arma arrojadiza. Así nos luce el pelo en las casi cuatro décadas que han transcurrido desde que se iniciara la Transición. Los resultados educativos con un sinfín de leyes que, apenas aplicadas decaen, han cosechado el lamentable resultado que hoy es una dramática realidad en las nuevas generaciones salidas bajo el paraguas de las numerosas leyes educativas que han estado en vigor.

(Publicada en ABC Córdoba el 12 de noviembre de 2016 en esta dirección)

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